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Era una fría noche del duro invierno de Brumas , un pequeño pueblo que en sus años de esplendor había sido la tendencia de la moda quizás por sus hermosas costas con aire mediterráneo o quizás por sus coquetas cumbres y su estilo campirano pese a estar tan cerca del mar. Oh aquellos años en los que las ardientes celebridades de turno elegían a este humilde poblado como su lugar de veraneo y por consiguiente las enloquecidas masas de gente corriente las perseguían. Quién de nosotros no pensó que era la oportunidad de que brumas creciera, aprovechar esta chance que el turismo nos regalaba, para mostrarle al mundo que brumas no era más que un simple poblado al norte de la ciudad capital, que brumas tenía su propio estilo su gente y hasta su peculiar dialecto. Pero las modas son pasajeras y el diablo las impone. La intendencia de turno no supo aprovechar semejante oportunidad, otorgó las licitaciones de los balnearios a varios años, se vendieron los spots de publicidad a inversores privados, en vez de negociarlos directamente con las empresas que querían publicitar, todo esto por sumas de dinero elevadas, que apriori se invertirían para mejorar nuestro amado pueblo. Pero con esas altas sumas de dinero se subcontrato y se construyeron obras millonarias, se subsidió una línea de colectivos que recorría el corto trayecto de apenas 3 kilómetros que hay de la terminal al muelle y se construyeron grandes teatros. La gente de brumas olvidó sus orígenes, y apenas pudo sacarle su jugo a la gran naranja que es el turismo se marcharon a la gran ciudad. Así fue que el pueblo de brumas perdió su esencia, y al poco tiempo nuestro amado pueblo no era más que un pueblo fantasma.
A la luz de unas cuantas velas en una cabaña que estaba en la cima de un acantilado se podía leer el párrafo anterior. Esta cabaña estaba adornada por unos pocos artefactos viejos y sucios, , como un teléfono de los años 30, algunos pocos cuadros abstractos y colgado frente a una cama un cuadro del pintor súper realista Millet, que resaltaba en una triste pared. En esta excéntrica cabaña vivía un hombre bohemio de 70 años , que ya habiendo pasado casi 200 años desde que se invento la electricidad apreciaba mas la luz y el calor del fuego. Gran parte su rostro, arrugado y maltratado era cubierto por una barba gris ceniza. Sus ojos, que alguna vez fueron de color verde llenos de vida, eran hoy del celeste mas pálido que puedan imaginar , quizás , hasta se podría decir que eran del color del hielo. En este momento, el dueño de esta cabaña admiraba con paz y nostalgia desde un acantilado la majestuosa tormenta que ocurría en el medio del mar. Su nombre lo desconozco, pero sé que se hacía llamar Naj
Continuará
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